En este libro de relatos, veintiocho en total, fluye el silencio que han dejado tras de sí los que ya no están y la incredulidad que invade a los que aún no se han ido. Es esa incredulidad la que crea una débil línea que desdibuja los límites entre lo real y lo deseado. Regresa el pasado en esas dos niñas que corren cogidas de la mano en una mañana gélida de invierno camino del colegio. En los maestros que soñaron con una escuela pública diferente a principios del siglo XX. Lo imposible también está en la libertad convertida en delito por todas las dictaduras. Pero por encima de todo está la amistad, la que nunca termina porque, como dice el niño polizón de “La isla deshabitada”: sólo los que han tenido un amigo saben que ni siquiera la muerte es capaz de desbaratar lo que con tanto esfuerzo se va construyendo a lo largo de una vida. Nada destruye lo que es verdadero.Por eso “Los dos amigos,” regresan cada año al mismo lugar, junto al puerto, allí donde el mar chasquea suavemente en las rocas. Pero también importa el presente y está en ese adolescente que corre angustiado por el paseo marítimo buscando a su abuela desaparecida, sumergida en el mar revuelto de sus recuerdos. El Silencio perturbado no es silencio, es la voz que regresa de todos los que una vez vivieron intensamente.